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rani

Volvamos a ser niños

                           Los Lunnis cantan villancicos

Que todos vuestros deseos se hagan realidad.

Felicidades.

El tranco

El tranco

“El día que naci yo, que planeta reinaría…”. Así comienza una canción.

Como todos los años, cuando llegaba el mes de agosto, venían mis primos de la ciudad a pasar el verano en el pueblo. Hacía ya casi dos años que se habían trasladado por el cambio de trabajo de mi tío.

Pakitina Piruleta echaba de menos a su primo y deseaba que llegara el calor para volver a verlo. Quino, que así se llamaba, era dos años mayor que ella; alto, delgado, de cara larga, ojos pequeños, pelo corto y de color negro. Siempre estaba en casa de la abuela, aunque mi tía tenía todavía su casa en el pueblo, pero a él le gustaba quedarse a dormir con nosotras, en los colchones que mi madre ponía en el comedor de casa. Casi todas las noches venían a cenar; se sacaba la mesa al patio para estar más fresquitos. Mamá y la abuela preparaban una cena especial y, cuando terminábamos, todos nos sentábamos en la puerta de la calle; mi primo y yo solíamos hacerlo en el tranco y los demás en sillas que sacaban de la casa. Algunas veces se solían acercar vecinas y comenzaban a contar historias. Es lo mejor de la noche, pensaba Pakitina Piruleta.           

A mamá y a mi tía les encantaba hablar de nosotros, de lo rápido que crecíamos, de como pasaban los años…y terminaban relatando nuestros nacimientos, el de Quino, Charity y el mío. Mi madre, contaba cuando vio por primera vez a Quino, un día muy caluroso del veranillo de San Miguel. A ella le gustaba pensar, que si volviera a quedarse embarazada, le gustaría que fuera un varón, ya que tenía a Charity. Eso antes no se sabía, así que el día que mamá dijo que esperaba un bebé, todos dieron por ello que sería niño.

Fue un embarazo muy pesado, por las cuentas que ella llevaba, más de nueve meses. Todos rieron cuando papá dijo: -¡once meses, cómo el parto de la burra!-.

Se acercaba la navidad y en casa había revuelo. Para esas fechas se hacía la tradicional matanza, así se tenía carne y embutidos para unos cuantos meses.

Mi madre tenía todo lo del parto preparado, presentía que dentro de poco tendría a su niño en brazos, se notaba algo rara y con molestias.

El día de Nochebuena, todos mis tíos y primos, cenaban en casa de mi abuela. Mi madre fue la única que no cenó, empezó esa misma tarde a no encontrarse bien, pero no sería hasta el día siguiente cuando naciera.

El día de Navidad, por la mañana, mamá llamó con desesperación a mi padre, que se encontraba en el patio “Toni, llama a Doña Dolorcitas, me parece que esto ha comenzado”. Doña Dolorcitas, que vivía al lado de casa, era la matrona de la calle y había ayudado a nacer a muchos niños; ella ya  lo tenía todo preparado cuando mi padre fue a buscarla.

Todos en casa estaban expectantes, hasta algunas vecinas que se había enterado que el parto había comenzado, llegaron por si podían ayudar en algo; además de querer ver al niño. La cosa se alargó por espacio de unas horas y, entrada la tarde, llegué al mundo. Mi abuela me sacó en brazos envuelta en una toalla, todos se acercaron y ella dijo: -Es una niña, y se llamará Pakitina Piruleta-. Mi tío al verme exclamó qué estaba muy gordita, y un primo le preguntó a la abuela porqué tiene el pelo tan largo. Mi mamá contaba que casi todo el pueblo vino a verme, se corrió la voz que Tina había tenido una niña que estaba “criada”, que pesaba cuatro kilos y medio y que tenía una “mata” de pelo negro que  le llegaba a los hombros.

Todos sentados al fresco de la calle, rieron con la historia. Papá sólo dijo “Paquitina Piruleta iba para niño, pero en el último momento la cambiaron”, eso lo repetiría toda la vida. Hasta Doña Dolorcitas acercó la silla a la reunión, al escuchar las risas.

Yo los miraba a todos, sentada en el tranco de la puerta, con los codos apoyados en las rodillas y las manos sujetando mi cara, que se iba inclinando hacia un lado por el sueño, y pensaba…qué no me gustaría que la noche acabara.

Colorin, colorado este cuanto se ha acabado, el que no levante el culete, se le ha chamuscadete.

 

Cana al aire

Cana al aire

Esa noche Natalia sintió su cuerpo envejeciendo y sintió el corazón cada vez más joven, más ávido, más triste. Más triste y más ávido que cuando era joven. Tenía el deseo como gajo de luna y a su marido guapísimo. Más guapo, más dueño de sí y de sus talentos, de lo que estuvo nunca. (…)

Quería que en lugar de dormir, su marido le contara una historia y luego le hiciera unos amores. (…)

Le puso un pie entre las dos piernas y lo movió suave para sentir, con la punta de los dedos, si su deseo tendría algún destino. Pero nada, debajo de ese pantalón no había nada para ella (…)Acomodó su mecedora bajo el rayo que se peleaba en la oscuridad con el centelleo intermitente de la tela y se durmió (…) En el corto sueño que pasó por su frente Natalia se dijo que quizás no debió de casarse a los diecinueve años. Tener nietos a los cuarenta había sido una exageración del destino (…) Antes, las abuelas tenían el pelo blanco, estaban sentadas tejiendo chambras, no se movían de más, mucho menos salían a correr por el parque en las mañanas (…)Despertó media hora después, no sabía dormir en sillones y vestida (…) En la tele habían pasado a los deportes de nieve, su marido se había puesto el piyama y dormía con la profundidad que ella sólo había visto en los bebes (…) De verdad era un hombre al que los años lo habían hecho más bien que mal. Natalia aceptó para sí que no podría haberse casado sino con él (…)

Sin una sola duda, nadie mejor que el marido con el que tuvo tres hijas, una detrás de la otra, y un hijo diez años después, como el pilón tras el cual se ligó las trompas y se puso a trabajar en la tienda de fotografías que le había heredado su padre como quien hereda un reino. Nadie mejor que su marido. Su dormido marido de aquella noche. No alcanzó ni a contarle la noticia que la desvelaba. Se levantó a despintarse, y a tomar todas las cosas que las nuevas consejas aconsejan (…)

-Quien sabe-dijo Natalia cerrando un cajón que hace ruido.


-¿Qué tanto haces tú, chamaca?-le preguntó la voz de su marido desde la cama- ¿Por qué das tantas vueltas antes de acostarte?-.

-Para no dormirme todavía- (…).

-Andas trasteando, ¿verdad?-.

-No quiero hacerme vieja-.

-Vas a ser una vieja bonita- (…)

(…)-Vieras que yo ahora tengo una pena más grande que ésa. Ven y te la enseño.

-¿Qué me enseñas?-le preguntó Natalia acercándose.

-Te la quiero enseñar desde hoy en la mañana, pero te fuiste mientras me bañaba (…). Te lo iba yo a decir en cuanto entré, pero no quise que se te quitara la cara de lunática con que me recibiste.

-Por eso mejor te quedaste dormido. ¿Qué pena tienes?-.

-Tengo una cana junto al pito-dijo él con una tristeza abismal.

-Déjame verla-pidió Natalia, iluminada por algo más que la Luna y la tele-. Déjame ver-dijo con voz sonriente que acompaña un alivio.

-Ni lo sueñes-dijo él-.Ahora ya no quiero enseñártela. Si acaso te la dejo sentir. Ven a la cama bisabuela.

Natalia se metió entre las sábanas a medio quitarse el rimel, rodó sobre si misma hasta el cuerpo de su marido y fue a poner la mano al lugar en que debía estar la famosa cana.-Se siente regia-dijo.

(…) Al día siguiente, el marido se levantó de un salto y se fue a hacer la bicicleta mientras leía el periódico. Ella le silbó al amanecer, se puso los tenis, llamó al perro y salió rumbo al parque diez años más joven que la noche anterior. Cuando volvió a la regadera, su marido ya estaba dentro. Se quitó la ropa en un segundo y entró tras él, que estaba enjabonado de pies a cabeza.

-Bisabuela-dijo él como saludo.

-Joven-dijo ella bajando los ojos hasta el cerco de pelo negro que escondía la renombrada cana. El agua iba quitándole el jabón. Era una sola, un rizo de tantos. No dijo nada. Al rato se secaban uno frente al otro: él de prisa, ella con la lentitud distraída de todas las mañanas. Se agachó con el pretexto de secarse los pies despacio y de repente le quedaron los ojos frente a la cana. Buscó el lugar con la boca para darle un beso. La cana estaba en una orilla, antes de donde empieza la ingle. En efecto, era un rizo. La besó.

-¿Qué haces, loca?-.

-Me la comí-dijo ella.  

Ángeles Mastretta "Maridos" (Cana al aire).

Soñar despierta

Casi treinta años después de la separación de esta influyente banda de rock británica, Led Zeppelín vuelven a unirse para homenajear a su descubridor, el fundador de Athantic Record, Ahmet Ertegun.

El guitarrista Jimmy Page, el cantante Robert Plant y el bajista Jhon Paul Jones, fundadores del grupo, estarán acompañados en la batería por Jonas Bonham, hijo del cuarto integrante del grupo original, John Bonham.

Este concierto, que han dado en Londres, ha sido catalogado como “el acontecimiento musical del año” y “la reunificación del siglo”.

 

La familia

La familia

Vivía Pakitina Piruleta, junto a sus padres y hermana, en casa de su abuela. Esta estaba situada en la calle más larga del pueblo. Era una casa pequeña, con dos habitaciones, comedor, salita, cocina, baño y dos patios. Los patios eran el lugar preferido de ella; uno estaba lleno de macetas con una gran parra en el centro, que hacía las veces de toldo cuando llegaba el verano y el otro era para los animales. Pakitina Piruleta acompañaba siempre a su mamá para darle de comer a los conejos y gallinas dos veces al día, a recoger los huevos o solamente a limpiar.

La casa tenía dos puertas, la de entrada y la del patio; en las habitaciones había unas cortinas que mamá y la abuela habían hecho. La habitación de Pakitina Piruleta, era la más grande, tenía dos camas, en una de ellas dormían sus padres y  en la otra su hermana y ella. Mamá, cuando llegaba el verano, solía acostarnos a una en los pies de la cama y a la otra en el cabecero para que no pasáramos calor. El problema era que yo siempre quería dormir arriba y  mamá me decía “Pakitina Piruleta, le toca hoy dormir a tu hermana”, a lo que yo le respondía medio llorando “mami, es que abajo me da miedo”. Algunas veces surtía efecto y terminaba convenciendo a mi hermana para que ella durmiera abajo.

Mi hermana era un año mayor que yo. Cuando nació ya tenían pensado el nombre, se llamaría como una hermana de papá; pero cuando mi padre fue a inscribirla, cambió de parecer y cuando volvió al hospital le comentó a mi madre “la niña se llama Charity Piruleta”, a lo que mi madre respondió sorprendida “¿pero si habíamos elegido otro nombre?”, papá  sólo dijo que las cosas ya estaban hechas. Charity Piruleta, era todo lo contrario a mí, delgada, carita muy fina, ojos grandes, cabellos negros, largos y finos, a veces recogidos en unas coletas. Era la hermana más guapa del mundo. Muy coqueta, eso sí, todos los collares, pulseras, pendientes, moños, zapatos de mamá, bolsos…lo llevaba siempre puesto; además, le encantaban los vestidos, cosa que yo odiaba.

Mamá nos hacía casi toda la ropa, solía vestirnos a las dos iguales, una lata, porque mi hermana nunca quería ponerse pantalones. Solíamos pelearnos mucho y cuando nos compraban algo, tenía que ser lo mismo para las dos, así que en casa todos los juguetes estaban por duplicado. Pero Pakitina Piruleta, cuando se tumbaba en la cama por la noche, antes de dormir, siempre se decía que era la mejor hermana que existía.

Para entrar en la casa había un gran tranco, donde solía esperar a que su padre llegara. El trabajaba en la ciudad y se desplazaba en tren. Pakitina Piruleta iba alguna vez a esperarlo a la estación, se sentaba debajo de una gran morera, en un banco de madera hecho con una traviesa de vía rota. Sentada en el tranco con su hermana, su mamá les decía “¡mirad niñas quién viene por la calle¡”, era papá. Yo corría y llegaba la primera a sus brazos, pero papá esperaba a mi hermana y así nos abrazaba a las dos a la vez. Siempre había algo para las dos “¿qué nos has traído hoy?” le preguntábamos. Nos dejaba en el suelo y sacaba algo de su bolsillo “¡ay qué niñas!, tomad este regalo”. Esa tarde eran dos sacapuntas con forma de globo. Mi papá se llamaba Antonino, pero todos le decían Toni. Era el mejor papá; alto, delgado, muy moreno, de pelo negro con grandes entradas y algunas veces con bigote. Mi hermana se parecía mucho a él, todos en el pueblo lo decían.

La hora preferida de Pakitina Piruleta era la del baño. En casa de la abuela no había bañera; papá había hecho un cuarto en el patio para poner el váter y un pequeño lavabo. Para no pasar frío por las noches, mamá había comprado una escupidera esmaltada, así no teníamos que salir, y para bañarnos un gran barreño de barro. En invierno, mamá lo solía poner al lado del brasero de cisco, levantaba la ropa de la mesa y echaba el agua, que antes había calentado en la cocina. Nos bañaba a las dos a la vez, y ponía en una silla las toallas para que fueran cogiendo calor. Pakitina Piruleta era la última en salir y su madre siempre terminaba enfadándose con ella “¡Pakitina Piruleta, terminarás enfriándote si no sales ya¡”, pero a mí me encantaba quedarme sola en el barreño. Yo le rogaba que me dejara un poquito más, y pasado un rato, mamá me tenía que sacar, porque el agua se enfriaba y yo empezaba a tiritar. Me sentaba en su regazo y me envolvía con la toalla caliente. Mi mamá era de mediana estatura, delgada, de cara fina y rasgos muy dulces, morena, de pelo corto y abundante. Era la que mejor abrazaba, besaba, acariciaba, mimaba…y la que nos reñía si hacíamos algo mal. Yo me llamaba como ella, pero todos le decían Tina. Mamá trabajaba  en el campo y nos dejaba al cuidado de mi abuela. Ella hacía las cosas de la casa, lavar, planchar, limpiar, cocinar….Pakitina Piruelta, muchas veces miraba como se peinaba ese pelo largo y de color blanco que recogía en un rodete. “Abuela, ¿por qué no te cortas el pelo?”, y ella siempre me respondía que era por promesa, algo que yo no entendía muy bien, pero jamás se lo cortó. Era menuda, de cara redondita, ojos pequeños y estaba muy arrugada. Llevaba unas gafas que sólo se quitaba cuando iba a dormir. Mi mamá y yo nos llamábamos como ella, pero todos en casa le decíamos la abuela Maca. Siempre la conocí vestida de negro y con el pelo recogido.

Esta es la familia de Pakitina Piruleta; Toni Piruleta, el papá; Tina Colorado, la mamá; la abuela Maca; la hermana mayor, Charity Piruleta y yo la más pequeña y traviesa de la casa. Ya sabéis como me llamo. 

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.El que no levante el culete del sillón se le ha quemadoooooo.                

Tu boca

Tu boca

               Julio Cortázar "Toco tu boca" (Cap. 7 de Rayuela)

Toco tu boca

Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos el cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene como un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

 

30 años de Los Secretos

                            Los Secretos "Años atrás"

Los Secretos:

"Nunca hemos sido personajes públicos pero sí nos hemos sentido muy queridos. Nuestro grupo nunca buscó temas comerciales aunque hayamos mantenido relaciones cordiales con las discográficas. No nos importa el dinero ni la música de moda. Lo nuestro ha sido como un tubo de desagüe hacia el público, que nos lo devuelve en forma de cariño. Nos ha ayudado mucho la sensibilidad de la gente porque al final las canciones se hacen para quien las va a oír en su casa. Hemos trabajado siempre muy libremente, muy felizmente". Y hablando de libertad, vuelve a su conversación constantemente la figura de Enrique: "Él sí que era un tío de verdad, y su música era de verdad, venía de la sinceridad, nunca hizo un producto de moda. Era una persona de lo más normal y de lo más majeta. Si se leen bien sus letras más sentidas se entiende que era un hombre que sufría. Espero que todo este cariño de la gente que estamos sintiendo en estos días sirva para acallar bocas, aunque ya sé que los hechos son los hechos". Álvaro Urquijo.

Enrique Urquijo:

Enrique Urquijo pertenece a esa generación nacida en una España en torno a 1960 que se modernizaba a pasos de gigante, abierta al exterior, vital y dispuesta a romper con muchas cosas del pasado. Y en el Madrid de aquellos años, la "movida madrileña" es un magnífico ejemplo del cambio que se operó en España y que ha dejado una huella que todavía no se puede analizar con suficiente distancia. Los jóvenes hicieron de la música su bandera de rebeldía e individualismo, como ya había hecho la juventud anglosajona. En España, esta época también se corresponde con un profundo cambio en las costumbres y con la ruptura casi trágica con una generación que había vivido en un mundo totalmente diferente. Muchos valores se derrumbaban y eran sustituidos por cosas tan variopintas como la música, la moda, las revistas, el cine o la televisión. "Enrique dispara directamente al corazón. No se anda con tonterías." Joaquín Sabina.

30 años de Los Secretos:

"Después de la dramática desaparición de Enrique Urquijo, parecía incierto el futuro de Los Secretos como grupo. Álvaro tiró para adelante y sacaron un disco, "Sólo para escuchar", que está entre lo mejor de su carrera.

Ahora han presentado , un nuevo trabajo en el que han funcionado como grupo más que nunca, incluso en la composición". Pop Madrid.

Estos días se han cumplido 30 años de Los Secretos, y se ha sacado un álbum recopilatorio con temas emblemáticos del grupo y algunos inéditos, además de todos sus videoclips.

 

                    Los Secretos "Aunque tú no lo sepas"

Una de las canciones más bonitas que he escuchado, tanto en música como en letra.

Pakitina Piruleta

Pakitina Piruleta

Pakitina Piruleta era una niña pequeña, algo rellenita, de cara redonda,  pelo a media melena de color negro, con unos grandes ojos vivarachos y una gran sonrisa.

Le encantaba ponerse pantalones y odiaba los vestidos. A su madre, el que siempre fuera como un chico, no le gustaba demasiado, prefería verla como a su hermana mayor. Ella siempre se negaba, aunque al final era lo que su madre decía.

No le gustaba hacerse coletas, ni moños, ni peinarse, su sueño era tener el pelo corto. Tampoco se ponía  pendientes, ni pulseras y mucho menos collares. Ella era feliz jugando con los niños a la pelota y todo lo demás le sobraba.      

Tenía un deseo, que le cortaran el pelo. Siempre le pedía a su madre lo mismo “mamá, ¿por qué no me lo cortas?”. Y su madre le respondía “Pakitina Piruleta, las niñas llevan el pelo largo sino parecerás un niño”.

Nadie le hacía nunca caso, ni su padre que solía consentirla en casi todo, ni su abuela que la cuidaba todo el día, ni su hermana, que era un año mayor que ella y a la que le gustaba colocarse todo lo que encontraba y mucho menos su madre.

Todas las mañanas la misma historia, que si el peine me tira, que si me hace daño, que si me duele la cabeza, que no quiero peinarme…“qué no quiero”, solía decir gritando y muy enfadada; pero su madre muy cariñosamente la sentaba en la silla y la peinaba con muchísimo cuidado.                   

Como casi todos los domingos, sus padres iban a visitar a una tía suya y se llevaban con ellos a su hermana. Aquella mañana, Pakitina Piruleta, se levantó con una idea en la cabeza. Tomó el desayuno que su abuela le había preparado y cuando terminó, se fue a buscar su silla y, arrastrándola, la llevó al cuarto donde dormía su abuela.                   

La silla le sirvió para subirse a la máquina de coser que había en la habitación. ¡Qué alta estoy!, tendré cuidado” pensó. Se sentó encima de la tapa y cogió una caja de lata de Cola Cao, donde su abuela solía guardar todo lo necesario para la costura. Sacó unas tijeras y  comenzó a cortarse el pelo. Cuando terminó, lo guardó todo,  bajó de la máquina de coser y con el cepillo de barrer recogió los pelos que estaban esparcidos por toda la habitación.

Cuando su abuela la vio, se puso las manos en la cabeza “¡Dios mío, Pakitina Piruleta, qué le has hecho a tu pelo!. Corrió a por un peine para ver si podía arreglar algo antes de que llegara su hija y viera lo que se había echo la niña. “Imposible, esto no tiene arreglo, tu madre decidirá”. Resignada, acabó aceptando la situación “no se puede arreglar lo que ya no tiene arreglo”.

A la hora de comer llegaron  sus padres. Su madre se quedó con la boca abierta al verla y pidió explicaciones “fue en un descuido”, contestó mi abuela. Mi hermana no hacía más que tocarme la cabeza y mi padre, recostado en la pared, observaba la situación, tapándose la boca con la mano para que no se le notara mucho la risa.

En todo el día pude salir de la habitación, mi madre estaba muy enfadada por lo ocurrido y me había castigado.

Al día siguiente me levantó muy temprano, me vistió, me dio el desayuno y salimos a la calle. Me llevaba de la mano sin decirme nada.

Llegamos a casa de una amiga de mamá, era peluquera; entramos y me sentó en un sillón delante de un espejo. Carmen, así se llamaba, al verme no pudo más que echarse a reír y decir “Pakitina Piruleta, ¡qué le has hecho a tu pelo!”.Yo no hablé nada, pero mi madre le dijo “¡Carmen, hazle algo a esa cabeza!”.          

Como pudo fue cortando de aquí y de allá. Yo no podía dejar de mirarme en el gran espejo que estaba enfrente de mí, había conseguido lo que tanto quería, tener el pelo corto.             

Mi madre se despidió de su amiga, y cuando estábamos en la calle me dijo “Pakitina Piruleta, ha quedado bien tu pelo, pero prométeme algo”. Me quedé pensando en que querría mi madre y con mucho cariño me preguntó: “¿a qué no volverás a hacerlo más y dejarás que te crezca?”. Alzando la cabeza y mirándola a los ojos, le dije que sí, que no lo volvería a hacer; pero lo que ella no sabía, era que los dedos, índice y corazón, estaban cruzados en mi espalda…

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado, el que no levante el culillo se le ha achicharrado.

Las Gafas

Las Gafas

 

Una ensalada y algo de fruta; había estado picando con los amigos y casi se me había quitado el apetito
Lo dispuse todo en la bandeja y me dirigí al salón; me senté en el sofá y tomé el mando a distancia de la televisión, dispuesta a pasar un rato agradable. Pulsé un número al azar, estaban las noticias; en la primera cadena decían “niña de cinco años  en coma por presuntos malos tratos”; en la segunda “mujer muere golpeada por su marido”; intenté otro número “mueren 15 personas en accidentes de tráfico”; probé con otro botón “oleada de inmigrantes en Canarias, mueren 12 en una patera”...

No podía comer nada, mis ojos estaban puestos en la televisión y mi dedo sólo sabía moverse de un lado a otro del mando a distancia. Las noticias eran siempre las mismas, “mata a un compañero de trabajo porque no quería compartir un cupón premiado, el paro crece en España en el mes de Marzo, interceptan un cayuco con 31 inmigrantes, crisis humanitaria en Mauritania, el 92% de la población negra Latinoamericana vive en la pobreza, pagan a un jugador de fútbol la escalofriante suma de 61,7 millones de euros…La cabeza empezaba a darme vueltas con tantas noticias.

Me dije “¡basta!”, tanta miseria, desgracia, egoísmo, infelicidad, pobreza, hambre, violaciones, injusticias…etc.
Sin haber probado bocado, dejé la bandeja encima de la mesa auxiliar y me tumbé en el sofá con los ojos abiertos, pensando en que solución habría para todo esto.

Me sacó de mi sueño el despertador, sonando a las 7:30 de la mañana. Me levanté y fui al baño a lavarme la cara, alcé la cabeza y ensimismada, mirando sin mirar a ningún punto en concreto, encontré la solución a lo que estaba buscando, me compraría unas gafas para cambiar el mundo.
Mientras me secaba la cara, caminaba hacía el teléfono, llamé a la oficina y les dije que me había levantado con fiebre y que no iría hoy a trabajar. Me vestí lo más rápido que pude y desayuné sólo un vaso de leche, quería estar la primera para cuando abrieran los negocios.
Dejé el coche aparcado en doble fila y empecé a caminar, iba entusiasmada por la idea. Entré en la primera tienda de la calle, la dependienta, muy amablemente me preguntó:
- Buenos días señora, ¿qué desea? -
- Buenos días, quería unas gafas para cambiar el mundo – le contesté.

Ella me miró muy extrañada y me volvió a preguntar algo sorprendida:

-¿Unas gafas…para cambiar qué?. De eso no tenemos nada, ni creo que lo encuentre-.

Me dijo muy amablemente, a lo que yo me despedí muy educadamente y seguí mi camino hacia otro establecimiento.
En la segunda tienda que entré, me dije que tendría suerte. Se trataba de una óptica con infinidad y variedad de gafas. Antes de que ellas me preguntaran algo, yo me anticipé y les dije que si tenían gafas para cambiar el mundo. Las dos se pusieron a reír e inmediatamente se fueron a atender a otra persona que en ese momento entraba, talvez, porque pensaban que estaba algo loca.

Así fue pasando la mañana; hasta que ya bien entrada la noche, desistí en mi búsqueda y triste, regresé a casa sin lo que tanto anhelaba.
Me senté en el sofá, abatida y sin ganas de nada. Así estuve un buen rato, hasta que pensando y pensando… “¿Y por qué no?. Me levanté de un saltó y me dirigí a la habitación, busqué en una caja que tenía dentro del armario y encontré lo que tanto había estado buscando todo el día, encontré las gafas para cambiar el mundo, las tenía en casa y no lo sabía.
Corrí por el pasillo hasta llegar al salón, me senté cómodamente y  encendí la televisión, de nuevo estaban las noticias. Limpié mis gafas con mucho cuidado y me las puse. ¡Qué diferencia en lo que oía y veía, con respecto a las que había escuchado por la mañana!. Decían: “la niña de 5 años crece feliz con unos nuevos padres, todas las personas son libres para circular por el mundo, la violencia de género ha desaparecido, las personas creen más en ellas mismas; la pobreza se erradicó del mundo al igual que el hambre…y así una tras otra, fueron cambiando al tener esas maravillosas gafas.

Tan dormida estaba, que no oí el despertador, cuando sonó a las 7:30 de la mañana y su sonido me devolvía a la realidad. Abrí los ojos, y quieta en mi cama, descubrí que todo había sido un sueño,!pero qué bonito sueño !. Me levanté, me puse las zapatillas, busqué en el armario la caja y saqué unas gafas, eran las mismas con las que había soñado.

Y me dije “¿Por qué no pueden ser éstas las gafas para cambiar el mundo?.

Creo que todos tenemos unas guardadas en nuestro armario y que aún no las hemos descubierto.

 Colorín colorado este cuento se ha terminado, sino levantas el culo se te habrá pegado.

Ciego, ciego...

                   The Aminlas "La casa del sol naciente".

               Eric Burdon "La casa del sol naciente".

 

Qué haría sin ti por estos mundos cibernéticos...seguramente me perdería.

Nunca sé como agradecerte todo esto...sií, vale, ya sé que el queso pasó de moda.

Sólo me queda esto; tengo que hilar fino contigo, referente a la música...es complicado soprenderte.

No vale decir que ya lo conoces (eso me lo sé...jajaja), sólo escucha y disfruta.

Gracias por estar ahí cuando me lio por estos mundos. Ciego, ciego...

El regreso

                                  Andrés Calamaro

Las cosas van por el camino que tienen que ir...Buen Landru, que me alegra que todo saliera bien.

Regresa...eh?.

Café para dos

Café para dos

El antiguo blog de ranita parlanchina, fue dado de baja por alguien, que supongo tendría sus razones para hacerlo. Hace tiempo guardé ciertas cosas; las iré intercalando. Esto fue lo primero que se puso en el blog de rani. He hecho algunos cambios en le texto, pero la idea original no se ha cambiado.

Esta mañana, comentaba algo sobre la memoria, y al final, llegaba a la misma conclusión…la edad señores, la edad. Será una buena terapia recordar meses pasados. 

Parece ser que se llamaba Pablo. Parece ser, me dije, porque nadie está obligado a dar su verdadero nombre.

Como cada mañana, orientaba mis pasos hacia  la misma cafetería, me sentaba en la misma silla, la misma mesa,..siempre la misma gente. Levanté la mirada del periódico que estaba leyendo, cuando oí una voz que decía:

- Señora, ¿solo o con leche? - era el camarero que me preguntaba como quería el café.

- Con leche por favor. Gracias.

Recuerdo que una persona solía sentarse en la mesa contigua a la mía. Nuestras miradas se habían cruzado alguna vez, cuando absorta en mis pensamientos, hacía un pequeño recorrido visual, de la gente que allí se encontraba. Terminaba el desayuno y me encaminaba al trabajo. Así ocurría día tras día, semana tras semana, mes tras mes...

Pero algo cambiaría esa rutina en la que cada vez estaba más inmersa. Una mañana, al abrir la puerta de la cafetería,  tropecé con alguien, “buenos días” me dijo muy educadamente, a lo que yo contesté lo mismo. En un primer momento su cara me fue familiar, pero no recordaba muy bien de qué lo conocía; pero de algo estaba segura, me era cotidiano.

- ¿Le apetece tomar un café?- me preguntó.

- Soy Ana; y sí, acepto su café-.

- Me llamo Pablo, y encantado de que lo acepte.

Reflexiono sobre lo escrito…¿Vemos tanto, que en lo esencial nos hemos vuelto ciegos?.  

La Memoria

                         León Gieco "La memoria"

 

Hace tiempo que tenía en mente poner algo sobre este tema, pero nunca terminaba de concretarlo, tal vez porque sabía que algo faltaba.

Una noche de invierno, en el otro lado del mundo y en casa de mi querida capocha, charlábamos sobre la dictadura en Argentina. Ella no la había padecido en carne propia, pero si me contaba de amistades o de compañeras de trabajo que habían pasado o sentido ese miedo que da el no saber que podría ocurrir.

Cuando comentas a alguien que te gusta chatear, lo primero que hace es llevarse las manos a la cabeza y a continuación decirte que pierdes tu tiempo.

Creo que somos bastantes hipocritillas, decimos una cosa, pero hacemos totalmente la contraria, algo que me trae sin cuidado, pues soy una chatera convencida.

A veces la varita mágica te toca (a mi me ha ocurrido varias veces en este mundo del que hablo ahora) y encuentras gente que siempre tienen algo que aportarte, o bien te ayudan sin pedir nada a cambio, participan en tus proyectos o solamente conversan.

Hace días me pasó eso, encontré a una persona que me mandó algo que él había escrito (aún no ha publicado nada, pero con el tiempo lo hará), era justo lo que necesitaba para entender todo esto. Respeto su decisión, me pidió confiar y eso le doy, confianza.

Gracias por dejar que lo lea.

Un vídeo, unas cartas y un poema eran lo elegido para dar este punto de vista sobre la dictadura. Obviamente, por lo que he dicho antes, el poema sólo está en mi mente y ahí seguirá estando. Pongo en su lugar otro de Eduardo Galeano.

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El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia; pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria.

Eduardo Galeano “El libro de los abrazos” (La desmemoria/2)

La dictadura militar

Carta abierta de Rodolfo Walsh a la junta militar

Carta a mis amigos

La noche de los lápices