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Cana al aire

Cana al aire

Esa noche Natalia sintió su cuerpo envejeciendo y sintió el corazón cada vez más joven, más ávido, más triste. Más triste y más ávido que cuando era joven. Tenía el deseo como gajo de luna y a su marido guapísimo. Más guapo, más dueño de sí y de sus talentos, de lo que estuvo nunca. (…)

Quería que en lugar de dormir, su marido le contara una historia y luego le hiciera unos amores. (…)

Le puso un pie entre las dos piernas y lo movió suave para sentir, con la punta de los dedos, si su deseo tendría algún destino. Pero nada, debajo de ese pantalón no había nada para ella (…)Acomodó su mecedora bajo el rayo que se peleaba en la oscuridad con el centelleo intermitente de la tela y se durmió (…) En el corto sueño que pasó por su frente Natalia se dijo que quizás no debió de casarse a los diecinueve años. Tener nietos a los cuarenta había sido una exageración del destino (…) Antes, las abuelas tenían el pelo blanco, estaban sentadas tejiendo chambras, no se movían de más, mucho menos salían a correr por el parque en las mañanas (…)Despertó media hora después, no sabía dormir en sillones y vestida (…) En la tele habían pasado a los deportes de nieve, su marido se había puesto el piyama y dormía con la profundidad que ella sólo había visto en los bebes (…) De verdad era un hombre al que los años lo habían hecho más bien que mal. Natalia aceptó para sí que no podría haberse casado sino con él (…)

Sin una sola duda, nadie mejor que el marido con el que tuvo tres hijas, una detrás de la otra, y un hijo diez años después, como el pilón tras el cual se ligó las trompas y se puso a trabajar en la tienda de fotografías que le había heredado su padre como quien hereda un reino. Nadie mejor que su marido. Su dormido marido de aquella noche. No alcanzó ni a contarle la noticia que la desvelaba. Se levantó a despintarse, y a tomar todas las cosas que las nuevas consejas aconsejan (…)

-Quien sabe-dijo Natalia cerrando un cajón que hace ruido.


-¿Qué tanto haces tú, chamaca?-le preguntó la voz de su marido desde la cama- ¿Por qué das tantas vueltas antes de acostarte?-.

-Para no dormirme todavía- (…).

-Andas trasteando, ¿verdad?-.

-No quiero hacerme vieja-.

-Vas a ser una vieja bonita- (…)

(…)-Vieras que yo ahora tengo una pena más grande que ésa. Ven y te la enseño.

-¿Qué me enseñas?-le preguntó Natalia acercándose.

-Te la quiero enseñar desde hoy en la mañana, pero te fuiste mientras me bañaba (…). Te lo iba yo a decir en cuanto entré, pero no quise que se te quitara la cara de lunática con que me recibiste.

-Por eso mejor te quedaste dormido. ¿Qué pena tienes?-.

-Tengo una cana junto al pito-dijo él con una tristeza abismal.

-Déjame verla-pidió Natalia, iluminada por algo más que la Luna y la tele-. Déjame ver-dijo con voz sonriente que acompaña un alivio.

-Ni lo sueñes-dijo él-.Ahora ya no quiero enseñártela. Si acaso te la dejo sentir. Ven a la cama bisabuela.

Natalia se metió entre las sábanas a medio quitarse el rimel, rodó sobre si misma hasta el cuerpo de su marido y fue a poner la mano al lugar en que debía estar la famosa cana.-Se siente regia-dijo.

(…) Al día siguiente, el marido se levantó de un salto y se fue a hacer la bicicleta mientras leía el periódico. Ella le silbó al amanecer, se puso los tenis, llamó al perro y salió rumbo al parque diez años más joven que la noche anterior. Cuando volvió a la regadera, su marido ya estaba dentro. Se quitó la ropa en un segundo y entró tras él, que estaba enjabonado de pies a cabeza.

-Bisabuela-dijo él como saludo.

-Joven-dijo ella bajando los ojos hasta el cerco de pelo negro que escondía la renombrada cana. El agua iba quitándole el jabón. Era una sola, un rizo de tantos. No dijo nada. Al rato se secaban uno frente al otro: él de prisa, ella con la lentitud distraída de todas las mañanas. Se agachó con el pretexto de secarse los pies despacio y de repente le quedaron los ojos frente a la cana. Buscó el lugar con la boca para darle un beso. La cana estaba en una orilla, antes de donde empieza la ingle. En efecto, era un rizo. La besó.

-¿Qué haces, loca?-.

-Me la comí-dijo ella.  

Ángeles Mastretta "Maridos" (Cana al aire).

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