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El tranco

El tranco “El día que naci yo, que planeta reinaría…”. Así comienza una canción.

Como todos los años, cuando llegaba el mes de agosto, venían mis primos de la ciudad a pasar el verano en el pueblo. Hacía ya casi dos años que se habían trasladado por el cambio de trabajo de mi tío.

Pakitina Piruleta echaba de menos a su primo y deseaba que llegara el calor para volver a verlo. Quino, que así se llamaba, era dos años mayor que ella; alto, delgado, de cara larga, ojos pequeños, pelo corto y de color negro. Siempre estaba en casa de la abuela, aunque mi tía tenía todavía su casa en el pueblo, pero a él le gustaba quedarse a dormir con nosotras, en los colchones que mi madre ponía en el comedor de casa. Casi todas las noches venían a cenar; se sacaba la mesa al patio para estar más fresquitos. Mamá y la abuela preparaban una cena especial y, cuando terminábamos, todos nos sentábamos en la puerta de la calle; mi primo y yo solíamos hacerlo en el tranco y los demás en sillas que sacaban de la casa. Algunas veces se solían acercar vecinas y comenzaban a contar historias. Es lo mejor de la noche, pensaba Pakitina Piruleta.           

A mamá y a mi tía les encantaba hablar de nosotros, de lo rápido que crecíamos, de como pasaban los años…y terminaban relatando nuestros nacimientos, el de Quino, Charity y el mío. Mi madre, contaba cuando vio por primera vez a Quino, un día muy caluroso del veranillo de San Miguel. A ella le gustaba pensar, que si volviera a quedarse embarazada, le gustaría que fuera un varón, ya que tenía a Charity. Eso antes no se sabía, así que el día que mamá dijo que esperaba un bebé, todos dieron por ello que sería niño.

Fue un embarazo muy pesado, por las cuentas que ella llevaba, más de nueve meses. Todos rieron cuando papá dijo: -¡once meses, cómo el parto de la burra!-.

Se acercaba la navidad y en casa había revuelo. Para esas fechas se hacía la tradicional matanza, así se tenía carne y embutidos para unos cuantos meses.

Mi madre tenía todo lo del parto preparado, presentía que dentro de poco tendría a su niño en brazos, se notaba algo rara y con molestias.

El día de Nochebuena, todos mis tíos y primos, cenaban en casa de mi abuela. Mi madre fue la única que no cenó, empezó esa misma tarde a no encontrarse bien, pero no sería hasta el día siguiente cuando naciera.

El día de Navidad, por la mañana, mamá llamó con desesperación a mi padre, que se encontraba en el patio “Toni, llama a Doña Dolorcitas, me parece que esto ha comenzado”. Doña Dolorcitas, que vivía al lado de casa, era la matrona de la calle y había ayudado a nacer a muchos niños; ella ya  lo tenía todo preparado cuando mi padre fue a buscarla.

Todos en casa estaban expectantes, hasta algunas vecinas que se había enterado que el parto había comenzado, llegaron por si podían ayudar en algo; además de querer ver al niño. La cosa se alargó por espacio de unas horas y, entrada la tarde, llegué al mundo. Mi abuela me sacó en brazos envuelta en una toalla, todos se acercaron y ella dijo: -Es una niña, y se llamará Pakitina Piruleta-. Mi tío al verme exclamó qué estaba muy gordita, y un primo le preguntó a la abuela porqué tiene el pelo tan largo. Mi mamá contaba que casi todo el pueblo vino a verme, se corrió la voz que Tina había tenido una niña que estaba “criada”, que pesaba cuatro kilos y medio y que tenía una “mata” de pelo negro que  le llegaba a los hombros.

Todos sentados al fresco de la calle, rieron con la historia. Papá sólo dijo “Paquitina Piruleta iba para niño, pero en el último momento la cambiaron”, eso lo repetiría toda la vida. Hasta Doña Dolorcitas acercó la silla a la reunión, al escuchar las risas.

Yo los miraba a todos, sentada en el tranco de la puerta, con los codos apoyados en las rodillas y las manos sujetando mi cara, que se iba inclinando hacia un lado por el sueño, y pensaba…qué no me gustaría que la noche acabara.

Colorin, colorado este cuanto se ha acabado, el que no levante el culete, se le ha chamuscadete.

 

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