Pakitina Piruleta
Pakitina Piruleta era una niña pequeña, algo rellenita, de cara redonda, pelo a media melena de color negro, con unos grandes ojos vivarachos y una gran sonrisa.
Le encantaba ponerse pantalones y odiaba los vestidos. A su madre, el que siempre fuera como un chico, no le gustaba demasiado, prefería verla como a su hermana mayor. Ella siempre se negaba, aunque al final era lo que su madre decía.
No le gustaba hacerse coletas, ni moños, ni peinarse, su sueño era tener el pelo corto. Tampoco se ponía pendientes, ni pulseras y mucho menos collares. Ella era feliz jugando con los niños a la pelota y todo lo demás le sobraba.
Tenía un deseo, que le cortaran el pelo. Siempre le pedía a su madre lo mismo “mamá, ¿por qué no me lo cortas?”. Y su madre le respondía “Pakitina Piruleta, las niñas llevan el pelo largo sino parecerás un niño”.
Nadie le hacía nunca caso, ni su padre que solía consentirla en casi todo, ni su abuela que la cuidaba todo el día, ni su hermana, que era un año mayor que ella y a la que le gustaba colocarse todo lo que encontraba y mucho menos su madre.
Todas las mañanas la misma historia, que si el peine me tira, que si me hace daño, que si me duele la cabeza, que no quiero peinarme…“qué no quiero”, solía decir gritando y muy enfadada; pero su madre muy cariñosamente la sentaba en la silla y la peinaba con muchísimo cuidado.
Como casi todos los domingos, sus padres iban a visitar a una tía suya y se llevaban con ellos a su hermana. Aquella mañana, Pakitina Piruleta, se levantó con una idea en la cabeza. Tomó el desayuno que su abuela le había preparado y cuando terminó, se fue a buscar su silla y, arrastrándola, la llevó al cuarto donde dormía su abuela.
La silla le sirvió para subirse a la máquina de coser que había en la habitación. ¡Qué alta estoy!, tendré cuidado” pensó. Se sentó encima de la tapa y cogió una caja de lata de Cola Cao, donde su abuela solía guardar todo lo necesario para la costura. Sacó unas tijeras y comenzó a cortarse el pelo. Cuando terminó, lo guardó todo, bajó de la máquina de coser y con el cepillo de barrer recogió los pelos que estaban esparcidos por toda la habitación.
Cuando su abuela la vio, se puso las manos en la cabeza “¡Dios mío, Pakitina Piruleta, qué le has hecho a tu pelo!. Corrió a por un peine para ver si podía arreglar algo antes de que llegara su hija y viera lo que se había echo la niña. “Imposible, esto no tiene arreglo, tu madre decidirá”. Resignada, acabó aceptando la situación “no se puede arreglar lo que ya no tiene arreglo”.
A la hora de comer llegaron sus padres. Su madre se quedó con la boca abierta al verla y pidió explicaciones “fue en un descuido”, contestó mi abuela. Mi hermana no hacía más que tocarme la cabeza y mi padre, recostado en la pared, observaba la situación, tapándose la boca con la mano para que no se le notara mucho la risa.
En todo el día pude salir de la habitación, mi madre estaba muy enfadada por lo ocurrido y me había castigado.
Al día siguiente me levantó muy temprano, me vistió, me dio el desayuno y salimos a la calle. Me llevaba de la mano sin decirme nada.
Llegamos a casa de una amiga de mamá, era peluquera; entramos y me sentó en un sillón delante de un espejo. Carmen, así se llamaba, al verme no pudo más que echarse a reír y decir “Pakitina Piruleta, ¡qué le has hecho a tu pelo!”.Yo no hablé nada, pero mi madre le dijo “¡Carmen, hazle algo a esa cabeza!”.
Como pudo fue cortando de aquí y de allá. Yo no podía dejar de mirarme en el gran espejo que estaba enfrente de mí, había conseguido lo que tanto quería, tener el pelo corto.
Mi madre se despidió de su amiga, y cuando estábamos en la calle me dijo “Pakitina Piruleta, ha quedado bien tu pelo, pero prométeme algo”. Me quedé pensando en que querría mi madre y con mucho cariño me preguntó: “¿a qué no volverás a hacerlo más y dejarás que te crezca?”. Alzando la cabeza y mirándola a los ojos, le dije que sí, que no lo volvería a hacer; pero lo que ella no sabía, era que los dedos, índice y corazón, estaban cruzados en mi espalda…
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado, el que no levante el culillo se le ha achicharrado.
2 comentarios
rani -
Besillos señor gatopardo.
Gatopardo -
saludos