Piti y Yo (final)
Aquella mañana salieron a pasear a un parque cercano. La dejó libre de la correa para que correteara. Por un momento la perdió de vista, y por más que la llamaba, ella no acudía. Hasta que la vio en brazos de un chico joven, con aspecto de vivir en la calle, desaliñado y con mirada perdida. Le extrañó que no le ladrara, pues era bastante desconfiada con los extraños.
-¿Es suya esta perra?- preguntó.
Carlos le respondió que sí, y que nunca se había comportado así con alguien desconocido.
-No soy un extraño para ella- dijo el chico.
Le contó que la perra era suya, que se la habían regalado nada más nacer. Que su vida había sido muy feliz, hasta que decidió tomar el camino equivocado. Una mañana salió de paseo con ella y se olvidó de donde la había dejado. De eso haría como tres años, los mismos que llevaba enganchado a las drogas. Carlos escuchaba atentamente, mientras recordaba su juventud, cuando en el barrio donde vivía, algunos de sus amigos también se habían quedado en el camino por el mismo problema. La noche se les echó encima sin darse cuenta y quedaron para verse al día siguiente en el mismo lugar.
De vuelta a casa, miraba por el espejo retrovisor a Piti. Iba recostada, con la cabeza baja y se notaba tristeza en sus ojos, la misma que viera, hacía ya semanas, cuando fue a la protectora de animales. Cuando entró en casa, fue directa a la jaula y allí se quedó toda la noche. Tumbado en la cama, pensaba en lo ocurrido y como le afectaría a la pequeña perrita.
Allí estaba el chico sentado cuando llegaron los dos. Piti saltó de los brazos de Carlos y corrió hacía él. Algo había cambiado en sus ojos.
-Creo que a los dos os hace bien veros- dijo Carlos.
Estuvieron un buen rato sin hablar, sólo los observaba. Le preguntó si tenía familia. Él le contó que sus padres habían fallecido hacía muchos años y que había quedado al cuidado de su única hermana. Ésta la había estado ayudando con el problema que tenía, pero que se había cambiado de ciudad por no meterla en problemas. Que sabía que lo estaba buscando, porque en el albergue que solía dormir, se lo habían comentado.
-Deberías hablar con ella-. Le comentaba, mientras sacaba de una mochila un termo lleno de café y unas magdalenas.
-No es tan fácil salir de donde estoy- le dijo el chico.
Al marcharse, Carlos le dejó una tarjeta con su dirección y número de teléfono por si necesitaba algo.
Unos golpes lo despertaron. Piti ladraba sin parar. Miró por la mirilla y vio a Jesús, que así se llamaba el chico que había conocido en el parque.
-Necesito ayuda-. Rogó.
Lo dejó entrar. Estaba sudoroso a pesar del frío que hacía aquella noche, temblaba y su voz era entrecortada. Volvió a repetir que necesitaba ayuda, que no podía enfrentarse a esto solo. Cinco días con sus noches correspondientes, pasaron todos sin dormir. Jesús tumbado en la cama del cuarto de invitados, Piti a su lado como queriendo protegerlo, y Carlos recostado en un sillón.
Amaneció un día claro y luminoso de invierno, el sol entraba por entre las rendijas de la ventana. Al abrir los ojos, Carlos vio como los dos dormían placidamente, después de las terribles noches pasadas. Pensaba, que había estado desperdiciando estos años, que sólo se había estado compadeciendo de si mismo, que la vida tenía mucho que darle y él a la vida. Su trabajo era sólo evasión, para no pensar en nada. En ello estaba, cuando una voz lo sacó de sus pensamientos.
-Creo que lo peor ha pasado-.Dijo Jesús.
Se quedó en casa dos meses, hasta que notó que podía salir sin temor a que volviera a recaer. Le buscó un trabajo que compaginaba con sus visitas al psicólogo por las tardes.
Estaban preparando la cena, cuando Jesús le dijo que había llamado a su hermana. Y que si era posible que se vieran en su casa. Así fue como aquella tarde, Carlos, Jesús y Piti, esperaban sentados la llegada de la visita, tomando un café. El timbre de la puerta sonó y se levantó a abrirla. Y allí estaba. Una chica bien parecida, pelo negro, ojos grandes, y una gran sonrisa en su cara al ver por encima del hombro de Carlos a su hermano. Corrió hacia él, y se fundieron en un abrazo interminable.
-Perdone que no me haya presentado-. Dijo, volviéndose algo avergonzada por entrar de aquella manera. – Me llamo María y no sé cómo agradecerle todo lo que está haciendo por mi hermano-.
No dejó que él respondiera a su agradecimiento, pues rápidamente se dio cuenta de la presencia de Piti. La llamó y ella acudió a sus brazos.”Una mujer a la que no ladra”, dijo Carlos riéndose.
María le habló de una organización que había creado para ayudar a jóvenes con problemas y que se podía pasar para ver como funcionaba. Así fue como Carlos dejó su trabajo como probador de coches y se involucró, como colaborador, dando charlas a los chicos, y sobre todo escuchándoles. Piti era parte de la terapia, pues todos le tomaron cariño en el centro y ella les daba parte de ese afecto que habían perdido.
Cada domingo se reunían en casa de Carlos. Él los miraba mientras charlaban, delante de un plato de paella, en el que todos habían colaborado. “Le he encontrado sentido a mi vida”.
Piti veía algo especial, cuando las miradas de Carlos y María se cruzaban. Algo había nacido entre ellos. Pero eso es otra historia.
“Fue sin querer, es caprichoso el azar. No te busqué, ni me viniste a buscar…”
6 comentarios
rani -
Un beso enorme , enorme para tí y tus capochos (grande y pequeño).
Besitos.
turca -
rani -
Sólo suelo unir letras y salen estas cosillas.
Besitos.
Piruleta -
Besos.
rani -
Me gusta verlo por aquí.
Saludos, señor Gatopardo.
Gatopardo -