Piti y Yo
Aquella protectora de animales, dedicada a recoger perros abandonados y enfermos, estaba tan llena, que no le quedó más remedio al ayuntamiento, al ver tal masificación, que poner un anuncio en el periódico local, para poder darles salida. “Necesitamos tú ayuda. No compres animales, adóptalos. Hay muchos que necesitan encontrar un hogar”.
Como todos los días, antes de coger el coche para ir a trabajar, un hombre de mediana estatura, delgado, pelo negro y ojos azules heredados de su padre, paraba enfrente de su casa para comprar la prensa. Iba ojeando sin detenerse mucho en nada, cuando leyó el anuncio de los perros. Se quedó por un momento pensativo y se dijo que después de comer se pasaría por allí, “creo que me vendría bien tener compañía”.
Carlos, como así se llamaba, había conocido las dos caras de la vida. La buena, cuando conoció el amor, con la que compartiría los mejores años de su vida, pensando que sería para siempre. Y la otra, la que todos temen y que nadie quisiera conocer; cuando un día frío de invierno, sonó el teléfono y una voz al otro lado, le iba dando datos sobre un accidente de tráfico.
Desde ese día, su vida cambió y no volvió a ser la misma. Su trabajo como perfumista lo había dejado en un segundo plano y se había dedicado a buscar otro en el que pudiera evadirse de aquel dolor que lo estaba matando. Probador de coches fue el elegido.
Cada fin de semana, se jugaba la vida conduciendo prototipos que luego saldrían al mercado. No le importaba su vida, ni lo que le ocurriera; la vivía día a día, cómo si quisiera bebérsela de un trago. Su familia, amigos y trabajo, lo sacaban, a veces, de esa rutina en la que solía caer cuando recordaba el pasado.
Aquella mañana, después de hacer unos trámites rutinarios antes de probar un nuevo coche, se dirigió a ver que encontraba en ese anuncio que había leído.
Cuando llegó, esa tristeza que tenía siempre en sus ojos, se hizo mayor, al ver en que condiciones estaban los animales que allí se encontraban. Encerrados en jaulas con poca limpieza y tal caos en la organización, que hacía que perros pequeños y débiles, por la mala alimentación, convivieran junto a otros de mayor tamaño y más fuertes. Tal vez eso fue lo que le hizo fijarse en uno en particular. Un pinscher enano de color marrón, con marcas de desnutrición en su cuerpo y algunas mordeduras, que ladraba a uno que lo triplicaba en tamaño por un trozo de pan que le habían puesto para que comieran. Se acercó a la jaula. El perro grande retrocedió asustado, pero el pequeño se quedó quieto, con el trozo ganado en la boca y desafiante ante aquel hombre.
-Se llama Piti, eso dice su placa-. Alguien se había acercado por detrás.
-¿Cuál es su historia?-, preguntó Carlos.
El hombre encargado en aquel momento del recinto, contaba como lo habían encontrado abandonado en un monte cercano, casi moribundo por el hambre y el frío, y mordido por perros salvajes. Llevaba una placa con su nombre, denotaba que había estado bien cuidado y que era un perro de raza.
-Pero ya se sabe lo que pasa cuando se aburren de tenerlos o llegan las vacaciones… los abandonan-. Dijo el encargado.
Algo observó en ese pequeño animal, quizás sus ganas de luchar después de haberlo pasado mal. Se vio reflejado en sus ojos, la tristeza los acompañaba a los dos.
Decidió llevárselo. El chico le comentó que lo dejara en la jaula hasta que se acostumbrara a su nuevo hogar, pues estaba muy receloso de las personas y podría morderle.
Cuando llegó a casa, no tenía nada preparado para su nuevo huésped, así que improvisó una cama con unas mantas que cogió del garaje y las acomodó en un rincón del salón. Abrió la jaula y la llamó, pero la perra no le hizo ningún caso. “Vamos a intentar llevarnos bien, tú lo has pasado mal y yo también”, le dijo mirándola a los ojos.
A la mañana siguiente, antes de irse a trabajar, le dejó preparado un cuenco con agua y algo de comida.
La perra, al verse sola, asomó la cabeza y decidió salir. Recorrió toda la casa, oliendo cada rincón, cada estancia, hasta que se quedó dormida por el cansancio, encima del sofá. Cuando el llegó, después de un día duro, la encontró aún dormida. Se sentó al lado suyo y, ella, al notarlo, de un salto se puso en el suelo y empezó a ladrar. “Ya te he dicho que no te queda otro remedio, que tenemos que llevarnos bien, porque no te pienso devolver”.
Hacía mucho tiempo que él no compartía la casa con nadie, después de lo ocurrido. Esporádicamente venía alguna chica, pero sólo por espacio de unas horas, no quería nada serio, no estaba aún preparado para nada.
Encendió la tele y se sentó con algo de cena en una bandeja. La perra lo miraba desde su jaula. Él la observaba, mientras dejaba caer un trozo de pan al suelo, para ver si ella se acercaba y lo cogía, pero estaba inmóvil, sin quitar la vista de su nuevo dueño. El cansancio pudo con él y se quedó dormido en el sofá. Al cabo de un rato, abrió los ojos, miró la jaula y allí estaba quieta, mirándolo. Se giró un poco sobre sí y vio que el pan había desaparecido, una sonrisa se dibujó en su cara, “vamos por buen camino”.
Así estuvieron unos días, él dejando la comida en el suelo y ella acercándose a cogerla cuando lo creía dormido.
Hasta que una tarde, después de dormir la siesta, se despertó y la vio tumbada a su lado en el suelo. La acarició levemente para no asustarla y la perra no se apartó ni ladró, “así me gusta Piti, los dos nos estamos acostumbrando a vivir con compañía, llevábamos mucho tiempo solos”.
Salió con ella aquella tarde a comprarle comida, una cesta para que durmiera y a llevarla al veterinario. A la vuelta, colocó la cesta al lado de su cama y ella durmió toda la noche. Se estaba creando un vínculo entre ellos, que a los dos les favorecería con el paso del tiempo.
Como cada fin de semana por la noche, él no volvía solo a casa. Carlos, solía sacar ese día la cama de Piti al salón, cosa que a ella no le gustaba mucho, pero no había otro remedio, su dueño tenía compañía aquella noche. Por la mañana, cuando la visita se iba, ella no paraba de ladrarle y la chica salía despavorida de la casa.
La perra estaba cambiando cosas en él sin que se diera cuenta, y Piti estaba empezando a confiar.
1 comentario
rani -
Lo saludo de nuevo.