La pluma estilográfica II
Aquella señora, alta, bien vestida, y con unas enormes gafas de sol, buscaba un regalo para su hija. Ésta había terminado de estudiar y estaba buscando trabajo. La pluma estaba en otras manos, esta vez eran unas manos algo resecas, de uñas muy recortadas y con olor a tabaco. Su trabajo consistía en rellenar currículum o interminables cuestionarios para empresas. Dos días, sólo dos días en las manos de aquella chica. Pronto dejó de soltar tinta, así que fue apartada en un rincón de aquel desordenado escritorio. Hasta que una mañana, alguien entró a mirar algo en el ordenador y observó la pluma allí apartada. No pudo quitar la vista de ella, y le preguntó a la amiga que cómo la podía tener ahí ya que era muy hermosa y elegante. Ésta le dijo que se la podía llevar, que no servía para nada.
Eran otras manos, manos de abogada laboralista. Cómo lucía en aquella msesa de caoba, encima de un pequeño tapete de cuero color verde y junto a una lámpara de diseño. Y, sobre todo, en esas manos grandes, finas, con dedos huesudos y uñas interminables. Solía tomar la pluma con distinción, y escribía contratos de trabajo, pactos, o simplemente actas para el juzgado. Parecía haber encontrado su sitio,... pero nada más lejos de la realidad. Aquel día tan importante para la abogada, pues se firmaba un contrato millonario de exclusividad, de su bufete, con una empresa de renombre, no quiso escribir.Cuando hubo terminado todo, y bastante enojada porque en un momento tan primordial algo hubiera fallado, cogió la pluma y la tiró a la papelera.
La señora de la limpieza la encontró al vaciar la cesta, llena de papeles, en la bolsa de la basura, y se la guardó en el bolsillo. El domingo por la mañana, como era costumbre desde hacía un año, salió con destino a casa de su hija, no sin antes envolver la pluma en papel de regalo.
Esta vez era todo muy diferente. La casa era una buhardilla de un pequeño pueblo de interior. Tan sólo una habitación, que hacía las veces de salón, cocina y dormitorio; contaba además con un pequeño baño y un armario empotrado. Como siempre, madre e hija, comían juntas ese día. Hacía poco que se había independizado, pues había encontrado un trabajo que le permitía compaginarlo con su verdadera vocación: la de escribir. Al finalizar la comida abrió el regalo que la madre le había dejado encima de la mesa.
- No sé si escribirá, la encontré tirada en la papelera del despacho que limpio- le explicó la madre.
La chica rompió el papel que la envolvía y exclamó:
-¡Es preciosa!- le dijo mientras se levantaba y le daba un beso de agradecimiento. Y prosiguió diciendo: -No importa, seguro que le encuentro alguna utilidad-.
Estas manos eran pequeñas, siempre estaban frías, con las uñas mordidas y llenas de tinta. Y aunque la pluma seguía teniendo esa rara cualidad de escribir cuando le parecía, cuando eso ocurría, la chica le buscaba otro beneficio.
Aquella tarde, después de salir del trabajo, y antes de volver a casa, decidió pasarse por la pequeña librería a comprar papel para sus escritos. El viejo librero la conocía, pues era asidua en su tienda. Después de saludarse, ella se giró y empezó a ojear unos libros. El dueño se fijó en algo que llevaba puesto en el pelo y le preguntó:
-¿Lo qué sujeta tu moño es una pluma estilográfica?-.
-Sí- contestó; y le contó como había llegado hasta ella.
-Al final alguien le ha encontrado una buena utilidad-, sonreía el viejo, mientras le relataba que no había sido la primera, ni las únicas manos que la habían tenido.
Aquella pluma estilográfica, hecha artesanalmente, por encargo, de los más bellos materiales, parecía haber encontrado su lugar.
Dicen que sigue teniendo esa rara cualidad de dejar de escribir cuando quiere, pero que nunca ha dejado de hacerlo cuando ella la ha utilizado para crear sus historias.
Aqui acaba el cuento, y como me lo contaron, lo cuento.
0 comentarios