El puzzle
"A las seis de la mañana" Facundo Cabral
Sentada en los escalones del porche de su casa y con el perro tumbado a sus pies, Marcela esperaba tranquilamente que llegara la primera visita programada, mientras saboreaba un mate recién hecho y recordaba como empezó todo.
En aquellos primeros días de verano, allá por el mes de diciembre y en los últimos días de colegio, la maestra, una señora mayor de pelo canoso y con acento extraño, pues a pesar de llevar casi toda su vida en el pueblo, no había perdido el de origen, preguntaba a los niños de la clase de 3ºA, lo que querían ser de mayores. Todos levantaban la mano e iban diciendo lo que más les gustaba. "Yo seré médico para curar", "pues yo construiré casas para que todos tengan dónde vivir", "maestra seré yo para enseñar a leer y escribir",... etc. hasta que le tocó el turno a Marcelita, una niña morocha, de pelo largo y ensortijado, ojos vivarachos y enorme sonrisa, con la que todos los niños del colegio querían jugar.
-¿Y tú qué quieres ser?- le preguntó la maestra.
- Yo ayudaré a resolver puzzles- contestó la niña.
Todos la miraron sorprendidos por la respuesta que había dado, menos Juan, un niño de pelo claro, algo enclenque, ojos tristes y mirada casi perdida. No era muy popular en el colegio, lo tachaban de raro y nadie jugaba con él.
Marcelita llevaba meses observando, como Juan tiraba de una mochila que cada vez era más pesada. De ella solía sacar las piezas de un puzzle que cada día se iba haciendo más y más grande, pues nunca llegaba a resolverlo.
La niña se levantó de su pupitre y se acercó al de Juan. Todos la siguieron, incluida la maestra.
-Abre tu mochila- le dijo.
El niño obedeció y sacó de ella algunas piezas de un rompecabezas. Marcela comenzó a mirarlas detenidamente, las giraba, las cambiaba de posición, estudiaba sus colores, sus formas. Una vez bien meditado todo, le dijo:
-Respóndeme a esta pregunta que te voy a hacer y encajaré una pieza-.
Así fue como se colocó la primera. Cada vez que ella preguntaba y él respondía, se colocaba una figura del rompecabezas.
-¡Es sorprendente!- exclamó asombrada la maestra ante tal hazaña, pues conocía la dificultad del niño para cierto tipo de juegos.
Juan comenzó a poner las piezas una a una. Marcelita lo iba guiando y los demás niños participaban, con él, del juego. Así fue como aquel pequeño, de mirada perdida, fue aceptado en el grupo.
Comenzó algo para Marcela, que ni ella misma comprendería cual sería su alcance, hasta muchos años después. Lo que empezó como un simple juego escolar, terminó siendo su verdadero trabajo.
Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no se percató de que alguien se acercaba, hasta que el perro levantó la cabeza.
-¡Quieto, Capocho, son conocidos!- le susurraba al oído, mientras acariciaba con la mano la cabeza del animal.A lo lejos comenzaba a verse una hilera de gente que se iban acercando a la casa. Ella se levantó para recibirlos con una amplia sonrisa. Los iba ayudando a dejar sus mochilas, bien cargadas, en el porche, y les ofrecía un poco de mate, que Juan había hecho para que se refrescaran del calor reinante del verano.
-Eres la mejor resolviendo puzzles- le dijo Juan mirándola a los ojos, mientras sostenía en sus brazos al pequeño Octavio.
-Sólo escucho y ellos me van indicando cómo hacerlo- le respondió Marcela, acariciando la cabeza del bebé, mientras le indicaba a uno de ellos que entrara en la casa.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado. Levanta el “cuí”, capocha, que se te habrá pegado.
Felicidades. Os quiero mucho.
2 comentarios
rani -
Cuánto te echo de menos, capocha...
Besos para todos.
turca -
veo que acondicionaste el final...que bonito quedo,más todavía!!! yo también te quiero mucho...mas besos