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rani

Su mirada, la mía

Su mirada, la mía

Nació cuando la República daba sus últimos coletazos; de ahí, tal vez, sus ideales de “izquierdoso”, como a él le gustaba definirse, y que no abandonaría hasta su muerte.

Creció en plena Guerra Civil y posguerra, se formó en la Dictadura y su madurez la vivió en Democracia.

Era el séptimo de ocho hermanos, cuatro hembras y cuatro machos. Pronto conoció el hambre, la miseria y el mal que algunos hombres llevan dentro. Su padre falleció siendo él muy joven, a manos de uno que se hacía llamar “protector de la ley y el orden”. Esto provocó su salida del colegio y que pronto se pusiera a trabajar. Buscaría poco, porque rápidamente encontaría un trabajo que le duraría hasta los últimos años de su vida. Fue la misma empresa donde su padre trabajara y donde lo hicieran dos de sus hermanos.

Se casó, como todos en aquellos años, con la novia de toda la vida y tuvo dos hijas.

Yo lo conocí un veinticinco de Diciembre, pero no sería hasta pasados un par de años, cuando tomara conciencia de quien era y lo que iba a significar en mi vida.

Alto, delgado, piel morena, pelo negro y con entradas, que se acrecentarían con el paso de los años; ojos oscuros, buena mirada, cejas prominentes y barba fuerte que tenía que afeitar a diario. Guapo y con buen porte. Decían que se parecía al actor español  Manuel Luna.

Vivía con los tiempos que corrían, pero en algunas cosas seguía anclado, era duro a ciertos cambios. Nunca utilizó gel para bañarse, ni se afeitó con máquina eléctrica. Jabón de La Toja en barrita, una brocha y una cuchilla de afeitar (de las que tenias que colocar a rosca en la maquinilla) y para la ducha, jabón.  

Él me hizo un recorrido por sus cantantes y canciones, sus mitos e ideales, su forma de ver la vida y vivirla. El himno de Cataluña (Els Segadors), El abuelo fue picador, La Internacional…Antonio Mairena, Fosforito, Turronero, el Cabrero, Rosa León, Serrat…Fidel Castro, Che Guevara, Rusia, el puño izquierdo en alto, los mítines del partido comunista, la lucha de las asociaciones vecinales…el fútbol, era capaz de decir de corrido y sin equivocarse, la alineación del Real Madrid de los años sesenta y setenta.

Ateo convencido, tan sólo dos veces lo vi dentro de una iglesia. Era costumbre que en bodas, bautizos y comuniones yo le hiciera compañía en la calle, esperando a que terminaran dentro para podernos  ir a la comilona.

Algunos de esos mitos caerían con el paso de los años, pero no he conocido a nadie que defendiera sus ideas como él lo hizo.

Pocas veces le vi en la cara tal relajación, como aquel día que anunciaron que “el cabrón”, como él solía llamarlo, había fallecido. Volví a ver algo de preocupación, jamás miedo, muchos años después cuando hubo un intento de vuelta atrás.

Tranquilo y sereno, aunque con genio. Era, por espacio de un minuto, un volcán en erupción y al minuto siguiente un remanso de agua. Un gran tímido, pero cuando cogía confianza era todo risas. Le gustaba su familia (mujer e hijas) y ayudar a quien lo necesitaba.

Su casa, su trabajo y el dominó con los compañeros y amigos, era su vida. Sacarlo de vacaciones era toda una odisea. Le gustaba su rutina y la tranquilidad que ella le proporcionaba.

No era muy dado a demostrar sus sentimientos, tal vez por la época que le tocó vivir, pero se sabía que estaban ahí.  Nunca levantó la voz, ni puso una mano encima a nadie. Siempre con un detalle y dispuesto para cuando lo llamaran; él solía decir “ante todo respeto”. Su paso por la vida no dejó vacío a nadie que lo conociera.

Aquella mañana salió como todos los días a dar su paseo, nunca más volvió. No hubo despedidas, no la necesitábamos ninguno de los dos. Sus conversaciones aún están vivas y  rondando en mi cabeza; su físico, que en un primer momento perdí, está claro otra vez en mis ojos. Su olor a tabaco negro, Goya o Ducados; sus cintas de música protesta en el viejo radiocasete, aún suenan en mis oídos; su sabor a guiso de patatas con carne de los domingos, que nos dejaba siempre con ganas de repetir; su tacto, cuando en alguna feria o reunión familiar, me sacaba a bailar pasodobles, que yo intentaba seguir sin lograrlo.

Como dije antes, no me despedí nunca de él, porque aún vive en mi cotidianidad.

  

2 comentarios

rani -

Que me gusta verte por aquí, capochita...sabes que muero por saber en que queda la cosa...quiero información de primera línea.
Un beso enorme capocha

turca -

QUE BUENO QUE PUSISTE OTRA VEZ ESTE TEXTO!!!..YA TE HABÍA DICHO CUANTO ME CONMUEVE Y EMOCIONA CADA VEZ QUE LO LEO...
MUCHOS BESOS CAPOCHITA